Llevando a Gardel y Lepera en la sangre, es inevitable no caer en la nostalgia tanguera,
Cosa de Mandinga, quiere dedicarle esta nota a las golosinas de nuestra infancia, a aquellas que en mayor o menor medida aportaron a un empacho pleno de felicidad. Origen de la debibilidad humana por lo dulce, supongo que tendrá que ver con el tema del premio-castigo, pero bueno, dejemos a Freud en el diván.
Se acuerdan de las
Mielcitas y del
Naranjú, los cuales me llevan a cuestionarme cómo dejaron nuestros padres que nos llevemos a la boca semejante contrabando de gérmenes; el chicle
Jirafa, el
Tubby 3 y el 4 (aún tarareo la publicidad), el
Tatín de dulce de leche, las
Yapa (supongo que no será casual que ciertas marcas perfumen sus locales con el peculiar aroma de estas pastillitas, despertando que quiera comerme hasta un jeans), el
Topolín con su humilde packaging, el efervescente
Fizz, las "gallinitas", que aún hoy no se de qué se componían; los
Sugus confitados, rankeando el número uno en las ventas del acomodador del cine. El horóscopo y los chistes de los chicles
Bazooka, el helado de crema con forma de pie
Patalín y su versión al agua con forma de mano llamado
Frutidedo. Pensar que con $2 en el kiosco eramos Dios.
Qué bueno era disfrutar de pequeñas dosis de azúcar sin pensar en que no llegamos a fin de mes, en la inseguridad o en si algún piquete nos va a trastornar nuestra rutina.
Cosa de Mandinga propone que, aunque sea un segundo, disfrutemos sin culpa de la gratificación que causa en el organismo y en nuestra psiquis una golosina, como cuando eramos chicos... yo arranco con un
Cabsha, esperando que provoque en mi un aluvión de endorfinas liberadas, qué placer!!...